Cuando hablamos de solucionar un conflicto familiar o de pareja para el que tenemos que acudir a la justicia, solemos distinguir en hacerlo por las buenas o por las malas. En realidad, nos estamos refiriendo a los tipos de procedimientos judiciales que existen: de mutuo acuerdo o contencioso. El primero de ellos es el que se utiliza cuando las partes han alcanzado un acuerdo previo y solicitan su homologación, el segundo es el indicado cuando el acuerdo no ha sido posible y solicitamos que sea el juez el que tome una decisión por nosotros.
Existe un buenísimo confuso, en mi opinión, que quiere dar a entender que el procedimiento de mutuo acuerdo es el bueno y el contencioso es el malo. Nada más lejos de la realidad. No podemos olvidar que para que exista un acuerdo es preciso que las dos partes lo quieran. Esto no siempre es posible por diversas razones. Puede ser que la otra parte sea una persona irrazonable o dañina, que solo pretenda hacer daño y se niegue por sistema a cualquier propuesta, pero también puede ser que simplemente nuestros interés no sean los mismos y que lo que la otra parte propone no sea conveniente para nosotros o para nuestros hijos. En tales casos no hay nada malo en acudir a un procedimiento contencioso. Si este es el caso, nosotros plantearemos nuestras peticiones y las razones por las que consideramos que son ajustadas a derecho y la otra parte contestará con sus argumentos. Finalmente, tras la práctica de la prueba pertinente, será el juez quien decida.
Yo no estoy de acuerdo en eso de que “más vale un mal acuerdo que un buen pleito”, en mi opinión es al contrario. Es cierto que lo deseable sería poder alcanzar un acuerdo, pero no nos debemos sentir culpables si el acuerdo no es posible. Lo importante es ser razonable y no ceder ante propuestas abusivas. Por supuesto, tener al lado un profesional de confianza, especializado y que nos apoye, comprenda y defienda es fundamental.
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Eva Gay
Abogada
Miembro de la Asociación Española de Abogados de Familia
